
No es común, y más bien es raro, encontrar un testamento de un creador con tal profusión de detalles para su ejecución y, en especial, la división del caudal hereditario, como el que realizara el gran músico cubano
Ernesto Lecuona Casado (1895-1963). En su
Last Will and Testament dejó instituidos, junto al ejecutor del mismo, más de 10 de herederos y legatarios, entre hermanos, primos, tíos, sobrinos, amigos y otros cercanos a su afecto o familia. Allí estableció en manos de quiénes habrían de quedar sus posesiones materiales, sus inmuebles en Cuba, sus pianos, su biblioteca personal y colección de partituras, entre otros bienes, e incluso cómo y dónde habría de ser enterrado, y en qué momento. Además,
dejó claramente dividida la herencia en cuanto a los rendimientos del derecho de autor, con el porcentaje o fracción acreditable a cada uno de los beneficiarios. Falleció en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, durante una estancia de vacaciones, pero sus restos descansan en el cementerio de Gate of Heaven, en Hawthorne, Nueva York.
Lecuona es posiblemente el compositor e intérprete de mayor trascendencia y presencia en repertorios de música clásica en todo el mundo, fue autor de piezas como
Siboney,
Damisela Encantadora,
Canto Carabalí,
La Comparsa,
Malagueña,
Rapsodia Negra y
Suite Española, entre muchas zarzuelas, canciones y obras para piano y orquesta.
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